En San José, Dios, confió los primeros misterios de la Salvación. Su figura aun teniendo su protagonismo en los aledaños de la Navidad es en la cuaresma cuando, su persona, nos prepara para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Es también compás que precede a la melodía de la Encarnación de Cristo en María. Es, además, un momento privilegiado para felicitar a los padres que, día a día, se vuelcan en sus hijos y –además- como San José intentan educar, dirigir y orientar la vida de los suyos.
Es, por otra parte, una jornada necesaria para rezar por las vocaciones sacerdotales. Para preguntarnos sobre la salud espiritual de nuestras diócesis que, en el Seminario, se puede ver perfectamente reflejada. [...]
1.San José, y remitiéndonos a la Sagrada Escritura, pertenece a esa inmensa cadena que desemboca en Jesús. Es, entre otras cosas, el héroe del silencio: no habla pero dice. Es, además, el soñador de lo divino: duda pero, en sueños, sus dudas se desvanecen. Es, por otra parte, el que sin ruido pero sin pausa se convierte en el principal confidente, acompañante, educador y fiel hasta los últimos días en el crecimiento de Jesús.
No hablan demasiado los evangelios de su persona pero, la Iglesia y hasta grandes santos como Teresa de Jesús o el mismo Papa Francisco, le han profesado y le brindan veneración especial. No entendía demasiado aquellas piedras que el Espíritu Santo había puesto en su camino pero, desde su honestidad y transparencia, supo sortearlas con obediencia, sencillez y humildad. No fue un gran teólogo pero, su corazón, nos habla de su profunda sabiduría y prudencia. San José es de aquellas personas a las cuales, Dios, se les revela por ser sencillas y se le niega a otros que creen saberlo todo. Por ello, y por mucho más, Dios se le reveló y de él se fió.
2.San José, en este Año de la Vida Consagrada, de Teresa de Jesús o de San Juan Bosco, nos indica el camino a seguir para un verdadero cristiano: ser constante aún a riesgo de no ser entendido ni comprendido. San José figura en los anales de la historia de aquellos santos que, sin pedir cuentas ni exigir cálculos a Dios, se puso en camino. Es, entre otras muchas cosas, testimonio de lo que puede ser la vida de un cristiano hoy y aquí: hay que fiarse aún en medio de la noche oscura: cuando Dios habla y cuando, Dios, calla; cuando todo sale según nuestros planes y, cuando Dios, los desborda; cuando pretendemos contar hasta cuatro y, cuando Dios, nos exige llegar hasta diez.
Una de las peculiaridades de San José, Patrón de la Iglesia, es su cercanía. Nada le fue indiferente. Vivió con silencio pero con radicalidad su apuesta por Cristo. Estuvo en el momento preciso y en el lugar indicado; no siempre con las cosas claras…pero ahí estuvo. Podemos decir, y ahora que el Papa utiliza tanto este término, que fue una persona de periferias: constantemente saliendo fuera de sí mismo.
¿Nosotros? No siempre ante la contradicción somos fuertes y, mucho menos, constantes. La oscuridad de San José fue resuelta con su fe ciega en el Creador. ¿Nosotros? Hasta las más pequeñas tinieblas, en muchos momentos, se convierten en espoletas que son excusas para vivir como si Dios no existiera. Como si Dios nos exigiera más de lo que podemos ofrecerle o solicitando de nosotros más fuerzas de las que le podamos ofrecer.
Dios, los primeros misterios de la salvación, los quiso depositar en gente sencilla (José y María). Pudo haberlo hecho en renombrados sacerdotes, en medio de imponentes templos, en sabios y entendidos. ¡Pero no! Dios, cuando se cuela por la ventana de Nazaret y llena en plenitud las entrañas de María, sabía que en José podría encontrar un “sí” sin condiciones, con interrogantes pero con generosa y definitiva respuesta. [...]
San José, ruega por nosotros.
Texto de Francisco Javier Leoz Ventura. Para leer el artículo entero pulse
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